Cómo decirlo… nuevamente… una y otra vez. Las historias se repiten pero siempre los hechos son diferentes. Todo pasa de nuevo con increíble rapidez, todo sucede una y otra vez como si fuera la primera cada vez.
No tiene caso decirlo, la volubilidad habla suficiente por mí.
Malditas necesidades, inútiles presuposiciones.
Los hechos son unos, los supuestos otros.
Uno imagina, dos actúa… o no.
Finalmente, nada.
Recordé una historia de un día, de unos minutos:
«Tuvo todo el tiempo del mundo y pudo realizar las cosas como deseaba. Podría haber planeado evento por evento y haberle dedicado el tiempo necesario.
Sufre infinitamente por haber postergado los hechos, las decisiones… Tan sencillo habría sido el comenzar cuando quería, cuando su intuición le decía que era tiempo; no lo hizo. Se enfoca en sufrir y torturarse por esa falta de decisión en el momento concreto. ¿Qué habría pasado si en ese preciso momento hubiese dado ese paso? Si hubiera tenido el valor, ¿a dónde habría llegado? Tal vez a ningún punto, tal vez a otra situación indescriptible e indeseable, tal vez a una cama, tal vez al lugar deseado; sin exageración, pudo ser cualquier cosa. ¿Quién podría saberlo?
En cambio, era completamente consciente de su destino si no lo hacía, lo estaba viviendo; toda esa angustia, toda la impotencia. Él estaba seguro que no quería estar ahí; entonces ¿ por qué no lo hizo?
Un segundo de duda, un instante de reflexión fue el que lo puso en la situación de la cual era presa en ese instante. Iba a donde no quería, al final de aquel camino e inicio de su futura tristeza.
Tenía una cosa por hacer y ya no había medios, el control de ese momento le era ajeno y había perdido su libertad en el mismo instante que dudó.
¿Cómo fue que dudó? Fue el miedo al vacío, el miedo a la inexistencia, el miedo a lo desconocido, el miedo al dolor, el miedo al juicio.
Planeo los momentos uno a uno, la secuencia, los cambios, las entradas y salidas de los personajes, planeo hasta el más mínimo instante para llegar a donde estaba en el momento. Planeo todo para nada y eso fue lo que obtuvo; el miedo a la nada tuvo como recompensa en el futuro lo siguiente: nada. Perdió todo y no ganó nada…
Nada…
Silencio…
Aislamiento…
Un vacío indescriptible…
Paulatina perdida de lo último…
Inevitable perdida de consciencia y…
Nada, nuevamente volver a la nada de la que salió…»
Así terminó…
Levanté la vista un poco y las sombras dibujaban figuras abstractas sobre el pavimento caótico; la levanté un poco más, una sonrisa familiar. Eso me sacó de la historia y volví a la continuidad vívida.